Conversaciones con Fredy Massad (3/3)

Javier Dasdores: ¿Crees que este fenómeno ha podido dar lugar a lo que Rem Koolhaas describió, como “La ciudad genérica”, o lo que es lo mismo, urbes sin identidad, homogéneas en su concepción y uniformes en su concreción?

Fredy Massad: Estamos abocados a ese efecto de Macdonalización de las ciudades. Igualmente, no creo que sea sólo consecuencia de la globalización de la arquitectura, sino que tiene más que ver con la homogeneización a través de las corporaciones.

Se hace extraño tener el recuerdo de haber paseado por alguna ciudad europea y, a veces, tener la duda de a qué ciudad exactamente pertenece ese paisaje que se recuerda. Claro que persisten rasgos distintivos pero el crecimiento de las ciudades tiende a clonarlas. (Y creo que en esto los edificios icónicos juegan un papel secundario.) Tal vez, por eso, cada vez se potencia más el gusto por lo exótico. De ello derive quizá este interés en capitales y ciudades que no han sido pervertidas todavía por la homogeneización neoliberal.

JD: En la película The Architect 5, un arquitecto norteamericano bien posicionado (Leo) se enfrenta a Tonya, una mujer de color que lidera una campaña para que el edificio por él proyectado y en el cual ella reside, sea derrumbado. El complejo, de bajo presupuesto y situado en una zona marginal, ha sido devastado por un notable deterioro social, del cual el arquitecto no solo no se siente responsable, sino que no ve argumentos suficientes en la violenta pérdida de uno de los hijos de Tonya para que su obra sea demolida. No hay que trasladarse a la ficción; aquí mismo, en nuestro país, será recordado aquel episodio de Sainz de Oiza en sus viviendas de la M-30, en el que le espetó a uno de los comuneros, hastiado de sus reproches, ¡pues hágase usted arquitecto! Sueles mantener una postura reprobatoria con este tipo de actitudes, aunque por otro lado cuestionas los posicionamientos sustentados en la militancia, basados en una especie de urbanismo asambleario, que es justo decir que emana básicamente como rechazo al primero y que aspira a introducir modelos importados de países del norte de Europa. ¿Hasta qué punto crees que podría resultar beneficioso lo que podríamos denominar “urbanismo corporativo”?

FM: Tu pregunta me ha llevado a la película, que aún no había visto y que creo que deja buenas reflexiones y preguntas sobre el papel del arquitecto y su responsabilidad para con la sociedad.

Leo es el prototipo de arquitecto característico de una generación: un tipo un tanto esnob pero que aún cree en la arquitectura. Su posición es totalmente clasista (véase su casa en contraste con las casas para pobres que diseña), pero creo que en él persiste todavía cierta honestidad inocente, una fe en la arquitectura.

Es interesante comparar la película con el documental 74 m2, donde el compromiso del arquitecto (Alejandro Aravena) no está. Si Leo intenta, de manera naif, mejorar las condiciones de vida de los habitantes y cree que la arquitectura puede ser la solución, en el caso que refleja 74 m2 el arquitecto aparece presentado como un ilusionista, un personaje que juega con las necesidades de los desfavorecidos, que les hace creer que los está integrando en los procesos proyectuales cuando en realidad sólo los somete a pueriles juegos de diseño.

Es una obviedad que el arquitecto debe escuchar al usuario y responder a sus necesidades, pero no estoy muy seguro de la validez de los procesos participativos y me desconcierta este acomplejamiento que hoy parecen tener los arquitectos respecto a su propio conocimiento y capacidad y que les lleva a intentar mostrar que todo surge del consenso. El arquitecto es un profesional formado, especializado, que debe tomar sus decisiones con conocimiento de causa y responsabilidad, como lo haría un médico. No podemos estar sometiendo todo a debate. Se debe relativizar esa idea pseudo-democrática de la participación asamblearia, en la que sólo gana el que grita más fuerte y no el que tiene más razón.

El personaje de Tonya simboliza la realidad. Es la parte perjudicada por un edificio diseñado por la teoría, pensando que la arquitectura por sí misma basta para mejorar la vida de sus habitantes. Leo es un arquitecto distante. En sus clases teoriza sobre su arquitectura pero no volvió a pisar el lugar una vez terminada la construcción. Sin embargo, eliminar a esa idea de arquitecto todopoderoso encarnada por Leo no significa convertirse en un arquitecto acomplejado o a la utilización del proceso participativo como coartada para enmascarar su autoridad y poder.

 JD: Volviendo a lo anterior, la figura del arquitecto omnipresente y todopoderoso, cuyo ego se sustenta en la propia vanidad de la profesión, ¿puede ser consecuencia de la tradicional intromisión (o mal uso) de disciplinas artísticas como la pintura, la escultura, el cine e incluso de la filosofía?

FM: La omnipresencia y esa idea del ser todopoderoso han sido propiciadas por los deseos de la sociedad de consumo y por una aceleración descontrolada de la globalización en las últimas tres décadas. Igualmente hay que matizar que este poder y esta pleitesía no están solamente acotadas al mundo de la arquitectura. Creo que los arquitectos han dejado de ser personajes importantes para el mundo de la cultura. No creo que ni los más importantes nombres tengan una relevancia verdadera en la cultura. Tal vez Foster, Gehry o Calatrava trasciendan la arquitectura, pero creo que acaban siendo de alguna forma celebrities al uso. El gran salto de Ingels consiste en demostrar la posibilidad convertirse en arquitecto-estrella pasando por alto toda la fase previa de la construcción y aval de un prestigio que justificara la posterior ‘divinización’ y encumbramiento que experimentaron figuras como Eisenman, Hadid, Herzog & de Meuron, Nouvel…

Creo que los arquitectos han imitado el modelo que antes de ellos inició el mercado del arte contemporáneo. Vender un producto basado en el aura de supuesta genialidad, de talento creativo y visionario – un aura que finalmente se ha revelado completamente banal e insustancial.

La arquitectura es presa de su tiempo y éste el tiempo de la fama, el espectáculo y el reality-show. Esto no concierne sólo al concepto del arquitecto-estrella sino también a la construcción crítica. Se ha estado proclamando como nuevo eslogan-verdad que el ‘curador’ es el nuevo crítico. Esta infiltración de las maneras del arte contemporáneo (quizá del negocio del arte contemporáneo) ha contribuido también a debilitar las posturas críticas.  Hay una fotografía que creo que resume a la perfección el estado de las cosas: Jacques Herzog, Hans Ulrich Olbrist posando orgullosos junto a Kim Kardashian. La foto está hecha antes o después de una conversación entre Herzog y Kayne West en Miami en 2013, Olbrist moderaba.  No soy un purista, pero creo que la imagen es una síntesis brutalmente perfecta: el arquitecto, el crítico y la mega-estrella del reality-show

Otro caso elocuente y que suelo poner como ejemplo es la construcción de ORDOS 100 (recomiendo el documental sobre el proyecto que está disponible en You Tube): ver cómo un centenar de equipos de arquitectos se desplazan al desierto de Mongolia Interior, en China, con la consigna de construir viviendas cuyo valor no es esencialmente el inmobiliario sino el de ‘obra de arte’, y cuya tasación subirá en función de la fama que sus autores alcancen.

Por otro lado, creo que la arquitectura no está articulando un discurso reflexivo sobre su tiempo a la manera en que lo podemos ver en la obra y discurso de figuras de otros campos intelectuales y creativos. Pienso, por ejemplo, en cómo las películas de Ulrich Seidl o, en el caso de Michael Haneke, también su discurso sobre su concepto sobre el cine aportan reflexiones mucho más profundas y estimulantes sobre nuestro tiempo, y nosotros mismos como individuos que forman parte de ese tiempo, que las que proceden hoy de la arquitectura.

JD: En tu opinión la oportunidad de iniciativas como «The Architect is present» (exposición que recoge el trabajo que realiza un grupo de arquitectos en países en desarrollo) son cuestionables, fundamentalmente por el hecho de que la iniciativa surja de Luís Fernández-Galiano, en tanto en cuanto durante los años de bonanza económica fue el portavoz de una arquitectura basada en el despilfarro y la extravagancia.

Al hilo de los argumentos de Solano Benítez, considero que podría ser beneficioso el hacer visible el trabajo de estos arquitectos no solo como parte de un reconocimiento a un labor en las antípodas del star-system. Situar en un mapa estas periferias podría favorecer el desarrollo de una cultura y unos valores locales por los que nuestra disciplina hacía tiempo que no sentía simpatía. En mi opinión, una necesaria reformulación de lo vernáculo podría poner en circulación ese interés por el conocimiento del que hablábamos anteriormente e introducir lo social en una disciplina que se mira el ombligo. 

Aunque coincidiendo contigo no solo en el riesgo que supone que estas propuestas sean asimiladas a modo de fórmulas magistrales y que pasemos de honrar al titanio a venerar el adobe, y consciente de que se corre el riesgo de que pueden servir de coartada para gestación de un nuevo modelo con el que llenar portadas (es comer poner el zorro a cuidar las gallinas), ¿no crees necesario este peaje? ¿No crees enriquecedor que trabajos como el de Francis Queré merecen ser divulgados?

FM: Para comenzar, hay que señalar que ‘The Architect is Present’ es un trasunto de ‘Small Scale, Big Change’. Si la exposición de Andres Lepik tenía un cierto sentido oportuno (yo creo que también oportunista) la de Fernández-Galiano es una sobreactuación.

Reitero lo crucial de la importación de la figura del curador que se hizo a la arquitectura desde el mundo del arte. Y diferenciar también lo que es un crítico de lo que es un cazatalentos.

Creo que en ese tipo de exposiciones se persigue más el efecto que la reflexión. No creo que ni Lepik ni Fernández Galiano, ni otros, estén actuando con una motivación crítica sino persiguiendo únicamente la creación de un escenario con nuevas figuras a consumir. A mi parecer,  su función es más la de lobbystas, más generadores de productos de consumo que de material intelectual. Más interesados en encender y hacer durar mientras convenga determinadas modas y tendencias que en analizar la realidad y proveer respuestas.

Yo creo que el peaje de participar en este tipo de exposiciones no es necesario para trabajos como el de Francis Kéré. Que su arquitecturase ubique en este tipo de contextos va en detrimento de la credibilidad que merece; y creo que él, y otros cuyo trabajo es respetable, deberían ser conscientes de ello y evitar prestarse a las lecturas y discursos que este tipo de exposiciones y actos genera. Lo he dicho en más de una ocasión.

No puedo ver en esto un verdadero cambio. Éste sucederá, si es que llega a suceder, cuando aparezcan propuestas ideológicamente comprometidas con el cambio y que rompan realmente con las ataduras que impone este sistema ya obsoleto. No entiendo que entrando a estos juegos perversos se pueda llegar a conseguir nada, más que ser deglutidos por el sistema.

Pero centrándome en ‘The Architect is present’, pienso que la propia selección de arquitectos efectuada por López Galiano expone el desconocimiento sobre estas arquitecturas. Su premisa era exponer un panel heterogéneo y fotogénico (aquí volveríamos al tema que planteabas en la pregunta 8), que en interpretarlo y explicarlo de forma que aportara conceptos útiles y críticos respecto al periodo anterior – contra el que supuestamente esta exposición estaría reaccionando−.  Examinando el trabajo de los cinco seleccionados, es cierto que el único arquitecto con consistencia demostrable es Kéré. Los trabajos de Tyin Tegnestue y de Anne Heringer me parecen imbuidos de un cierto paternalismo, como si los arquitectos europeos se sintieran compasivos misioneros. Los de Anupama Kundoo y Solano Benítez son edificaciones para usuarios de clase media, pero construidos con la artesanía de los medios locales, algo que nada tiene que ver con el concepto de ‘arquitectura social’ que entiendo planteaba la exposición.  

JD: Para terminar, el pasado año vio la luz “Queríamos un Calatrava. Viajes arquitectónicos por la seducción y el repudio”, ensayo realizado por el periodista Llàtzer Moix, en el que se cuestiona la figura del arquitecto Santiago Calatrava a través del testimonio de colaboradores y clientes que estuvieron implicados de alguna manera en el desarrollo de un puñado de sus obras más emblemáticas. Desde mi punto de vista, el hecho de que se haya editado precisamente ahora, no es más que un indicadorde que nos encontramos ante una obra tramposa, pero sobre todo poco valiente dado que se inscribe en un marco temporal caracterizado por el rechazo generalizado al arquitecto y se mueve al compás de la inercia crítica que ha suscitado la presunta decadencia del anterior periodo.

Te has mostrado especialmente crítico con el libro, ya que según tu parecer no es más que un libelo al servicio de las instituciones, una cortina del humo cuyo objetivo es criminalizar al arquitecto y desviar la atención sobre otros agentes igual de culpables (los cómplices necesarios). ¿Crees que esta campaña generalizada de acoso y derribo al arquitecto valenciano se produce por lo incómodo que ha empezado a resultar el personaje en determinados círculos de poder?

FM: La búsqueda de un cabeza de turco es una de las formas de supervivencia que puede escoger un sistema en fase terminal y que evita a toda costa ser autocrítico. Culpando a ese chivo expiatorio de todos los errores, otros evitan hacerse cargo de sus propias responsabilidades.

Parece que Calatrava se haya transformado en la obsesión de los que se niegan a revisar la historia reciente.

Aun de acuerdo en que Calatrava es una pieza muy importante del periodo de la arquitectura icónica y los arquitectos-estrella, creo que ponerlo en la picota es la solución más fácil y efectista para que se evite juzgar la posición activa de los críticos y medios que ensalzaron y consolidaron este fenómeno.

Llatzer Moix es uno de los tantos oportunistas que quieren sacar beneficio de la crisis, sin cuestionar al sistema. Es más, ayudando a apuntalarlo. Sabiéndose un actor menor, a través de Queríamos un Calatrava se propone ascender ayudando a tapar las flaquezas del sistema. Ya en su anterior libro Arquitectura milagrosa (que no es más que una copia del libro de Dedjan Sudjic La arquitectura del poder, un libro hueco que fingía poner en cuestión al establishment) se simulaba un despiece de los desmanes de la era de la arquitectura estrella sin que en ningún momento se señalara a unos muy concretos responsables. 

Moix juega a ser crítico de arquitectura, algo que no es, pero sí es un periodista y se le debe exigir objetividad y recabar toda la mayor cantidad posible de información sobre el tema que investigue. En el caso concreto de su libro sobre Calatrava, creo que carece de ese rigor. Esto queda patente en su análisis sobre el caso del Auditorio de Tenerife, que con toda seguridad conocerás mejor que yo. En este capítulo, los políticos canarios son presentados por Moix como individuos más bien cándidos y que se vieron superados por la ‘maldad’ y ‘divismo’ de Calatrava. O, en el caso de Valencia, el capítulo se apoya en la investigación valiente e independiente de la web‘Calatrava te la clava’, sin apenas agregar nuevos datos.

Lo que podía haber sido una investigación sobre la corrupción y los desastres de la arquitectura estrella acaba siendo un placebo. Un pequeño barullo inofensivo, más cercano al cotilleo que a la denuncia.

 

5. The Architect, Jonathan Tauber (2016)

Fredy Massad nació en Banfield (Buenos Aires) en 1966. Es arquitecto por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente es profesor de ‘Teoría y Crítica de la Arquitectura’ en la School of Architecture-UIC (Barcelona) y profesor invitado de la FADU-UBA. Crítico del periódico ABC.  En breve publicará el libro Crítica de choque en Bisman Ediciones.