En la casa...

Las guerras son actos inmorales y decadentes. Disputas crueles y deshonestas que unas vez concluidas pervierten la fisonomía de las ciudades, transformándolas en montones de escombros que se apoderan de las calles de forma alborotada. Vestigios caóticos bajo los cuales reposan tantos cuerpos sin vida, como brillos de un pasado no tan lejano. Un instante de desorden y confusión, y en cuestión de segundos un telón de humo y polvo dibuja un paisaje de desolación y angustia, envuelto en un silencio atronador tan solo roto por los pasos erráticos de los que no perdieron la vida y huyen dejando atrás la silueta de cientos de edificios destripados y calles abandonadas. Todo se vuelve gris y oscuro. La cara  menos amable del ser humano.

 Estas vigorosas construcciones reducidas a la condición de esqueletos que a duras penas se sostienen en pie, albergan en su interior montones de celdas en serie apiñadas como si de colmenas se tratara. Sin ni tan siquiera un atisbo de su elemental jerarquía espacial y desprovistas de la delgada piel que separa lo íntimo de lo superficial, muestran la vulnerabilidad de lo que en origen fue el refugio de los sentimientos más profundos del individuo. Como si se tratara de escaparates de lo que un día fue cotidiano, enseñan sin tapujos los lugares en los que se forjó un universo espiritual que ahora descansa entre la silueta de tabiques destrozados, hierros retorcidos y techos a medio caer.

 Ante semejante representación del horror, uno no puede más que experimentar una deriva emocional  entre la nostalgia y la empatía, que le lleva a preguntarse cómo fue la vida de aquellos que ocupaban esa secuencia de espacios inconexos que un día fueron un hogar y que ahora tan solo conservan en sus entrañas el eco de la memoria.

 ¿A cuántas personas acogía la casa? ¿Cuántas se reunían a la hora del almuerzo entre las paredes del comedor? Tabiques que dieron cobijo a numerosas conversaciones al son del tintineo de cubiertos y platos, y que fueron testigos mudos de infinitas horas de estudio en el salón, donde al caer la noche, la familia se concentraba en silencio delante del televisor o bajo la luz tenue de una lámpara frente a un libro. Una calma tan solo interrumpida por el murmullo de los amantes, el lamento de algún enfermo o el llanto de un recién nacido en el dormitorio principal. Y todo ello envuelto por el aroma de los guisos elaborados en la cocina, cuyo perfume seguramente discurría por cada una de las dependencias a través de los pasillos, corredores estrechos que de forma involuntaria presenciaron la huida desesperada de aquellos que un día lo perdieron todo.

 

 1. “En la casa”, título del film de 2012 dirigido por François Ozon.

Conversaciones con Fredy Massad (3/3)

Javier Dasdores: ¿Crees que este fenómeno ha podido dar lugar a lo que Rem Koolhaas describió, como “La ciudad genérica”, o lo que es lo mismo, urbes sin identidad, homogéneas en su concepción y uniformes en su concreción?

Fredy Massad: Estamos abocados a ese efecto de Macdonalización de las ciudades. Igualmente, no creo que sea sólo consecuencia de la globalización de la arquitectura, sino que tiene más que ver con la homogeneización a través de las corporaciones.

Se hace extraño tener el recuerdo de haber paseado por alguna ciudad europea y, a veces, tener la duda de a qué ciudad exactamente pertenece ese paisaje que se recuerda. Claro que persisten rasgos distintivos pero el crecimiento de las ciudades tiende a clonarlas. (Y creo que en esto los edificios icónicos juegan un papel secundario.) Tal vez, por eso, cada vez se potencia más el gusto por lo exótico. De ello derive quizá este interés en capitales y ciudades que no han sido pervertidas todavía por la homogeneización neoliberal.

JD: En la película The Architect 5, un arquitecto norteamericano bien posicionado (Leo) se enfrenta a Tonya, una mujer de color que lidera una campaña para que el edificio por él proyectado y en el cual ella reside, sea derrumbado. El complejo, de bajo presupuesto y situado en una zona marginal, ha sido devastado por un notable deterioro social, del cual el arquitecto no solo no se siente responsable, sino que no ve argumentos suficientes en la violenta pérdida de uno de los hijos de Tonya para que su obra sea demolida. No hay que trasladarse a la ficción; aquí mismo, en nuestro país, será recordado aquel episodio de Sainz de Oiza en sus viviendas de la M-30, en el que le espetó a uno de los comuneros, hastiado de sus reproches, ¡pues hágase usted arquitecto! Sueles mantener una postura reprobatoria con este tipo de actitudes, aunque por otro lado cuestionas los posicionamientos sustentados en la militancia, basados en una especie de urbanismo asambleario, que es justo decir que emana básicamente como rechazo al primero y que aspira a introducir modelos importados de países del norte de Europa. ¿Hasta qué punto crees que podría resultar beneficioso lo que podríamos denominar “urbanismo corporativo”?

FM: Tu pregunta me ha llevado a la película, que aún no había visto y que creo que deja buenas reflexiones y preguntas sobre el papel del arquitecto y su responsabilidad para con la sociedad.

Leo es el prototipo de arquitecto característico de una generación: un tipo un tanto esnob pero que aún cree en la arquitectura. Su posición es totalmente clasista (véase su casa en contraste con las casas para pobres que diseña), pero creo que en él persiste todavía cierta honestidad inocente, una fe en la arquitectura.

Es interesante comparar la película con el documental 74 m2, donde el compromiso del arquitecto (Alejandro Aravena) no está. Si Leo intenta, de manera naif, mejorar las condiciones de vida de los habitantes y cree que la arquitectura puede ser la solución, en el caso que refleja 74 m2 el arquitecto aparece presentado como un ilusionista, un personaje que juega con las necesidades de los desfavorecidos, que les hace creer que los está integrando en los procesos proyectuales cuando en realidad sólo los somete a pueriles juegos de diseño.

Es una obviedad que el arquitecto debe escuchar al usuario y responder a sus necesidades, pero no estoy muy seguro de la validez de los procesos participativos y me desconcierta este acomplejamiento que hoy parecen tener los arquitectos respecto a su propio conocimiento y capacidad y que les lleva a intentar mostrar que todo surge del consenso. El arquitecto es un profesional formado, especializado, que debe tomar sus decisiones con conocimiento de causa y responsabilidad, como lo haría un médico. No podemos estar sometiendo todo a debate. Se debe relativizar esa idea pseudo-democrática de la participación asamblearia, en la que sólo gana el que grita más fuerte y no el que tiene más razón.

El personaje de Tonya simboliza la realidad. Es la parte perjudicada por un edificio diseñado por la teoría, pensando que la arquitectura por sí misma basta para mejorar la vida de sus habitantes. Leo es un arquitecto distante. En sus clases teoriza sobre su arquitectura pero no volvió a pisar el lugar una vez terminada la construcción. Sin embargo, eliminar a esa idea de arquitecto todopoderoso encarnada por Leo no significa convertirse en un arquitecto acomplejado o a la utilización del proceso participativo como coartada para enmascarar su autoridad y poder.

 JD: Volviendo a lo anterior, la figura del arquitecto omnipresente y todopoderoso, cuyo ego se sustenta en la propia vanidad de la profesión, ¿puede ser consecuencia de la tradicional intromisión (o mal uso) de disciplinas artísticas como la pintura, la escultura, el cine e incluso de la filosofía?

FM: La omnipresencia y esa idea del ser todopoderoso han sido propiciadas por los deseos de la sociedad de consumo y por una aceleración descontrolada de la globalización en las últimas tres décadas. Igualmente hay que matizar que este poder y esta pleitesía no están solamente acotadas al mundo de la arquitectura. Creo que los arquitectos han dejado de ser personajes importantes para el mundo de la cultura. No creo que ni los más importantes nombres tengan una relevancia verdadera en la cultura. Tal vez Foster, Gehry o Calatrava trasciendan la arquitectura, pero creo que acaban siendo de alguna forma celebrities al uso. El gran salto de Ingels consiste en demostrar la posibilidad convertirse en arquitecto-estrella pasando por alto toda la fase previa de la construcción y aval de un prestigio que justificara la posterior ‘divinización’ y encumbramiento que experimentaron figuras como Eisenman, Hadid, Herzog & de Meuron, Nouvel…

Creo que los arquitectos han imitado el modelo que antes de ellos inició el mercado del arte contemporáneo. Vender un producto basado en el aura de supuesta genialidad, de talento creativo y visionario – un aura que finalmente se ha revelado completamente banal e insustancial.

La arquitectura es presa de su tiempo y éste el tiempo de la fama, el espectáculo y el reality-show. Esto no concierne sólo al concepto del arquitecto-estrella sino también a la construcción crítica. Se ha estado proclamando como nuevo eslogan-verdad que el ‘curador’ es el nuevo crítico. Esta infiltración de las maneras del arte contemporáneo (quizá del negocio del arte contemporáneo) ha contribuido también a debilitar las posturas críticas.  Hay una fotografía que creo que resume a la perfección el estado de las cosas: Jacques Herzog, Hans Ulrich Olbrist posando orgullosos junto a Kim Kardashian. La foto está hecha antes o después de una conversación entre Herzog y Kayne West en Miami en 2013, Olbrist moderaba.  No soy un purista, pero creo que la imagen es una síntesis brutalmente perfecta: el arquitecto, el crítico y la mega-estrella del reality-show

Otro caso elocuente y que suelo poner como ejemplo es la construcción de ORDOS 100 (recomiendo el documental sobre el proyecto que está disponible en You Tube): ver cómo un centenar de equipos de arquitectos se desplazan al desierto de Mongolia Interior, en China, con la consigna de construir viviendas cuyo valor no es esencialmente el inmobiliario sino el de ‘obra de arte’, y cuya tasación subirá en función de la fama que sus autores alcancen.

Por otro lado, creo que la arquitectura no está articulando un discurso reflexivo sobre su tiempo a la manera en que lo podemos ver en la obra y discurso de figuras de otros campos intelectuales y creativos. Pienso, por ejemplo, en cómo las películas de Ulrich Seidl o, en el caso de Michael Haneke, también su discurso sobre su concepto sobre el cine aportan reflexiones mucho más profundas y estimulantes sobre nuestro tiempo, y nosotros mismos como individuos que forman parte de ese tiempo, que las que proceden hoy de la arquitectura.

JD: En tu opinión la oportunidad de iniciativas como «The Architect is present» (exposición que recoge el trabajo que realiza un grupo de arquitectos en países en desarrollo) son cuestionables, fundamentalmente por el hecho de que la iniciativa surja de Luís Fernández-Galiano, en tanto en cuanto durante los años de bonanza económica fue el portavoz de una arquitectura basada en el despilfarro y la extravagancia.

Al hilo de los argumentos de Solano Benítez, considero que podría ser beneficioso el hacer visible el trabajo de estos arquitectos no solo como parte de un reconocimiento a un labor en las antípodas del star-system. Situar en un mapa estas periferias podría favorecer el desarrollo de una cultura y unos valores locales por los que nuestra disciplina hacía tiempo que no sentía simpatía. En mi opinión, una necesaria reformulación de lo vernáculo podría poner en circulación ese interés por el conocimiento del que hablábamos anteriormente e introducir lo social en una disciplina que se mira el ombligo. 

Aunque coincidiendo contigo no solo en el riesgo que supone que estas propuestas sean asimiladas a modo de fórmulas magistrales y que pasemos de honrar al titanio a venerar el adobe, y consciente de que se corre el riesgo de que pueden servir de coartada para gestación de un nuevo modelo con el que llenar portadas (es comer poner el zorro a cuidar las gallinas), ¿no crees necesario este peaje? ¿No crees enriquecedor que trabajos como el de Francis Queré merecen ser divulgados?

FM: Para comenzar, hay que señalar que ‘The Architect is Present’ es un trasunto de ‘Small Scale, Big Change’. Si la exposición de Andres Lepik tenía un cierto sentido oportuno (yo creo que también oportunista) la de Fernández-Galiano es una sobreactuación.

Reitero lo crucial de la importación de la figura del curador que se hizo a la arquitectura desde el mundo del arte. Y diferenciar también lo que es un crítico de lo que es un cazatalentos.

Creo que en ese tipo de exposiciones se persigue más el efecto que la reflexión. No creo que ni Lepik ni Fernández Galiano, ni otros, estén actuando con una motivación crítica sino persiguiendo únicamente la creación de un escenario con nuevas figuras a consumir. A mi parecer,  su función es más la de lobbystas, más generadores de productos de consumo que de material intelectual. Más interesados en encender y hacer durar mientras convenga determinadas modas y tendencias que en analizar la realidad y proveer respuestas.

Yo creo que el peaje de participar en este tipo de exposiciones no es necesario para trabajos como el de Francis Kéré. Que su arquitecturase ubique en este tipo de contextos va en detrimento de la credibilidad que merece; y creo que él, y otros cuyo trabajo es respetable, deberían ser conscientes de ello y evitar prestarse a las lecturas y discursos que este tipo de exposiciones y actos genera. Lo he dicho en más de una ocasión.

No puedo ver en esto un verdadero cambio. Éste sucederá, si es que llega a suceder, cuando aparezcan propuestas ideológicamente comprometidas con el cambio y que rompan realmente con las ataduras que impone este sistema ya obsoleto. No entiendo que entrando a estos juegos perversos se pueda llegar a conseguir nada, más que ser deglutidos por el sistema.

Pero centrándome en ‘The Architect is present’, pienso que la propia selección de arquitectos efectuada por López Galiano expone el desconocimiento sobre estas arquitecturas. Su premisa era exponer un panel heterogéneo y fotogénico (aquí volveríamos al tema que planteabas en la pregunta 8), que en interpretarlo y explicarlo de forma que aportara conceptos útiles y críticos respecto al periodo anterior – contra el que supuestamente esta exposición estaría reaccionando−.  Examinando el trabajo de los cinco seleccionados, es cierto que el único arquitecto con consistencia demostrable es Kéré. Los trabajos de Tyin Tegnestue y de Anne Heringer me parecen imbuidos de un cierto paternalismo, como si los arquitectos europeos se sintieran compasivos misioneros. Los de Anupama Kundoo y Solano Benítez son edificaciones para usuarios de clase media, pero construidos con la artesanía de los medios locales, algo que nada tiene que ver con el concepto de ‘arquitectura social’ que entiendo planteaba la exposición.  

JD: Para terminar, el pasado año vio la luz “Queríamos un Calatrava. Viajes arquitectónicos por la seducción y el repudio”, ensayo realizado por el periodista Llàtzer Moix, en el que se cuestiona la figura del arquitecto Santiago Calatrava a través del testimonio de colaboradores y clientes que estuvieron implicados de alguna manera en el desarrollo de un puñado de sus obras más emblemáticas. Desde mi punto de vista, el hecho de que se haya editado precisamente ahora, no es más que un indicadorde que nos encontramos ante una obra tramposa, pero sobre todo poco valiente dado que se inscribe en un marco temporal caracterizado por el rechazo generalizado al arquitecto y se mueve al compás de la inercia crítica que ha suscitado la presunta decadencia del anterior periodo.

Te has mostrado especialmente crítico con el libro, ya que según tu parecer no es más que un libelo al servicio de las instituciones, una cortina del humo cuyo objetivo es criminalizar al arquitecto y desviar la atención sobre otros agentes igual de culpables (los cómplices necesarios). ¿Crees que esta campaña generalizada de acoso y derribo al arquitecto valenciano se produce por lo incómodo que ha empezado a resultar el personaje en determinados círculos de poder?

FM: La búsqueda de un cabeza de turco es una de las formas de supervivencia que puede escoger un sistema en fase terminal y que evita a toda costa ser autocrítico. Culpando a ese chivo expiatorio de todos los errores, otros evitan hacerse cargo de sus propias responsabilidades.

Parece que Calatrava se haya transformado en la obsesión de los que se niegan a revisar la historia reciente.

Aun de acuerdo en que Calatrava es una pieza muy importante del periodo de la arquitectura icónica y los arquitectos-estrella, creo que ponerlo en la picota es la solución más fácil y efectista para que se evite juzgar la posición activa de los críticos y medios que ensalzaron y consolidaron este fenómeno.

Llatzer Moix es uno de los tantos oportunistas que quieren sacar beneficio de la crisis, sin cuestionar al sistema. Es más, ayudando a apuntalarlo. Sabiéndose un actor menor, a través de Queríamos un Calatrava se propone ascender ayudando a tapar las flaquezas del sistema. Ya en su anterior libro Arquitectura milagrosa (que no es más que una copia del libro de Dedjan Sudjic La arquitectura del poder, un libro hueco que fingía poner en cuestión al establishment) se simulaba un despiece de los desmanes de la era de la arquitectura estrella sin que en ningún momento se señalara a unos muy concretos responsables. 

Moix juega a ser crítico de arquitectura, algo que no es, pero sí es un periodista y se le debe exigir objetividad y recabar toda la mayor cantidad posible de información sobre el tema que investigue. En el caso concreto de su libro sobre Calatrava, creo que carece de ese rigor. Esto queda patente en su análisis sobre el caso del Auditorio de Tenerife, que con toda seguridad conocerás mejor que yo. En este capítulo, los políticos canarios son presentados por Moix como individuos más bien cándidos y que se vieron superados por la ‘maldad’ y ‘divismo’ de Calatrava. O, en el caso de Valencia, el capítulo se apoya en la investigación valiente e independiente de la web‘Calatrava te la clava’, sin apenas agregar nuevos datos.

Lo que podía haber sido una investigación sobre la corrupción y los desastres de la arquitectura estrella acaba siendo un placebo. Un pequeño barullo inofensivo, más cercano al cotilleo que a la denuncia.

 

5. The Architect, Jonathan Tauber (2016)

Fredy Massad nació en Banfield (Buenos Aires) en 1966. Es arquitecto por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente es profesor de ‘Teoría y Crítica de la Arquitectura’ en la School of Architecture-UIC (Barcelona) y profesor invitado de la FADU-UBA. Crítico del periódico ABC.  En breve publicará el libro Crítica de choque en Bisman Ediciones.

 

Conversaciones con Fredy Massad (2/3)

Javier Dasdores: Al margen de discusiones, supongo que coincidimos en que este rechazo al conocimiento del que hablaba del Val es el culpable del actual estado de banalidad en que ha caído la sociedad y particularmente la arquitectura. A mi modo de ver no es más que la consecuencia de una sociedad sobreexpuesta que encuentra en la inmediatez de la imagen el placer que no encuentra en el entendimiento. Me viene a la cabeza la fotografía del “Che” Guevara estampada en millones de camisetas: la propia imagen acabó con el mensaje.

Fredy Massad: Es obvio que, para ciertos sectores, la imagen de un determinado ícono-producto y las significaciones que se le atribuyen tienen valor de reflexión crítica. El fenómeno de los star-architects y el edificio icónico tienen que ver con esto. Cuando El Croquis remplaza en sus portadas las imágenes de arquitectura por el rostro de los arquitectos transforma al arquitecto en un ícono en sí mismo.

En el artículo que citabas antes, ya escribí que Aravena me parece justamente eso: un Ché Guevara de camiseta. Llamar a su Bienal ‘Reporting from the Front’, siendo la Bienal de Venecia puro establishment, es reflejo de la dinámica bien conocida: el mainstream absorbe y reinterpreta lo que considera subversivo para neutralizarlo, y pervertirlo.

Si durante la década de los 90 los rostros de los arquitectos se habían vuelto metonimias de su obra, que consolidaron la conversión de sus arquitecturas en marca, hoy podría decirse que las imágenes han remplazado ya también al discurso. Me pareció muy remarcable la prolijidad con que se elaboraban descripciones físicas de Aravena en muchos de los artículos escritos con motivo de su Pritzker, como si su aspecto llevara implícitos toda una serie de elevados valores, de los que también sería automáticamente portadora su arquitectura.

JD: La socialización de internet ha propiciado el establecimiento de un espacio donde todo el mundo quiere estar y en el que se corre el riesgo de desaparecer a la misma velocidad con la que fluyen los tweets. ¿Crees que la circulación masiva e indiscriminada de datos que desde estos medios se está produciendo, proporciona los medios y el instrumental necesarios para el conocimiento de la arquitectura, o por el contrario fomentan la sobre-información y como consecuencia el anquilosamiento de nuestra capacidad crítica?

FM: Vivimos en un tiempo en el que la sobre-información ha ido en detrimento del conocimiento. Estoy convencido de que no nos queda más remedio que acostumbrarnos a vivir en él y a trabajar con sus herramientas, a tratar de seguir construyendo ideas en este entorno. En la manera en que ahora lo comprendemos, creo que estamos desperdiciando mucho potencial si no encontramos la forma que esto se ponga a nuestro favor.

No somos más tontos, aunque a veces lo parezca, ni tampoco más listos. Estamos desorientados y esto ha propiciado el auge de arribistas y algunos sinvergüenzas, que se están aprovechando astutamente de este desconcierto e incertidumbre. Este estado favorece, como señala Victoria Camps en Elogio de la duda, un caldo de cultivo óptimo para que aparezcan posturas extremas y simplistas, grupales, en las que muchos prefieren abrigarse, eludiendo el esfuerzo, más incómodo, de pensar y cuestionar con individualidad.

Es verdad que antes había más filtros contra la estupidez, pero seguramente esos filtros también condicionaban la posibilidad de autogestión de cosas interesantes que, por carecer de plataformas, eran inviables.

Tengo la sensación de que nunca se escribió y se publicó más para decir menos. Todo sigue cada vez más los esquemas de la prensa rosa. No hay más que ver algunos de los titulares con que se ha difundido la noticia de la selección de Norman Foster para la expansión del Museo del Prado. También se ha sustituido el pensamiento por la narración de experiencias vitales, seguramente muy trascendentes para quien las experimenta pero de escasa significación para los demás. Lo común se pretende extraordinario.

Asimismo, estadísticas, rankings, listas… han remplazado a la opinión y pensamiento crítico, por fáciles e inofensivas.  Como ejemplo: hace unos días, una plataforma publicaba un ranking de los 100 blogs de arquitectura en lengua castellana más seguidos. Los responsables del ranking especificaban que esto no tenía que ver con su calidad, sino que se había elaborado utilizando un algoritmo que indicaba su nivel de impacto. Cabría esperar que quienes están realmente apostando por un pensamiento responsable y esforzado se ruborizaran ante un ranking de este tipo. Sin embargo, el link a este ranking fue profusamente compartido en las redes sin que nadie hiciera notar lo lamentable de confeccionar un listado de blogs que destacara‘impacto’ por encima de la calidad de los contenidos.

Otro punto que me gustaría señalar respecto a los formatos digitales que, a priori, deberían haber podido una apertura en positivo a opiniones más libres han acabado convirtiéndose en el territorio quizá más eficaz para el servilismo y la boutade. Aunque no sólo hay que achacar esto al contexto de lo digital: la prensa tradicional (analógica) padece el mismo abaratamiento.

 JD: La búsqueda constante del reconocimiento y la altas cotas de sofisticación que está  alcanzando nuestra disciplina, ha forzado el que se proyecte buscando la fotogenia del edificio. ¿Qué queda del viejo eslogan “Mi estética es mi ética”?

FM: Queda muy poco. A veces uno se sorprende al leer o escuchar ciertas cosas, que confirmarían que se ha asesinado el respeto a la ética o que, directamente, la ética fue algo que nunca existió. Sin embargo, la ética resiste en algunos rincones, por encima de egos y bravuconerías. Aunque, y digo esto como autocrítica, acabo hablando siempre de esas actitudes que repruebo y no destaco como merecen a todos esos que están construyendo desde posiciones respetables.

El ego es una cuestión inevitablemente humana, pero las redes sociales se han convertido en un campo de expresión para el ego, desde el que se expande insoportablemente. La puerilidad y falta de pudor, que es consecuencia de esa transparencia que brindan las redes, han provocado que la estética (ese recurso que hoy sirve para construir ese personaje que cada uno hace de sí mismo en las redes), se haya impuesto a cualquier consideración ética.

Recordemos aquel eslogan de Fuksas: ‘Less aesthetics, more ethics’. Ese juego de palabras posmoderno convirtió a la ética en carne de eslogan.

JD: Siendo la arquitectura la voluntad de la época traducida al espacio, no debe ser motivo de sorpresa que la era del liberalismo económico se haya servido de ella para proyectar idealizadas imágenes de perfección material, riqueza y sofisticación, que se imponen a las nostálgicas y anónimas megaestructuras representativas del poder político de épocas pretéritas. Lejos de ser una excentricidad de las clases pudientes y de la nueva burguesía, el fenómeno se ha hecho extensible incluso a las instituciones públicas. Un buen número depequeñas y medianas poblaciones luchan por encontrar su lugar en los mapas cerrando acuerdos con figuras del star system con los que satisfacer las caprichosas extravagancias del político de turno. El hecho en sí, resultaría beneficioso, de no ser porque al final, los cánones del mercado acaban por imponer propuestas mediatizables con las que obtener algún tipo de rédito, sea político, económico o mediático, a coste eso sí, del erario público. ¿Es el Guggenheim el culpable de todos los males de la arquitectura actual 4?

FM: No, de ninguna manera. No creo que el Guggenheim sea el culpable de nada. Creo que el efecto Guggenheim sirvió como constatación en la arquitectura de la hegemonía de las políticas neoliberales que se afianzaron tras la caída del Muro de Berlín. Si a ello se le suma la revolución de la tecnología digital y de la información vemos que se encuentra el momento propicio para que la arquitectura se alinee a toda esta dinámica.

El Guggenheim es más la consecuencia de todo esto. Es el que edificio que marcó más claramente el origen del concepto de la arquitectura como producto de consumo y el detonantedel poder del star-system. El caldo de cultivo para todo esto es el estado social y cultural acrítico que deriva de la hegemonía neoliberal. No es el edificio es la interpretación que efectúa el periodo que recibe ese edificio, el uso simbólico y conceptual envuelto en leyes de consumo y mercado que se efectúa de ese edificio. Ésta es la misma causa que explica la pleitesía al star-system y la deriva que toma la arquitectura (espectacularidad, ícono, estancamientos en la auto-referencia…). No puedo pensar en mejor ejemplo del fracaso de la crítica ante este fenómeno, que un episodio de The Simpsons, ya en el año 2005, haya sido el primero en señalarlo y hacer una crítica afiladísima e incontestable de él.

Insisto: creo que el problema no son ni Gehry ni el Guggenheim en sí mismos, sino la literalidad ignorante con que se interpretó el efecto Guggenheim. El caso de la Ciudad de la Cultura de Galicia, que hoy trata de obliterarse, y que nació a la estela de ese efecto, es seguramente la muestra más paradigmática de este fracaso. Y más aún tratándose de una obra pública. Por eso, hoy se ha puesto en marcha una maquinaria de lavado de imagen, supuesto ‘examen de conciencia’ y auto-absolución, que es patente en el discurso en torno al último pabellón en la Bienal de Venecia, celebrando las ‘ruinas contemporáneas’ y restando gravedad a la ingente cantidad de cadáveres arquitectónicos (y en gran parte construidos con dinero público).

Es paradójico ver la histeria colectiva desatada recientemente por el derribo de la Casa Guzmán de Alejandro de la Sota (protesta con la que estoy de acuerdo) y el sigilo ante otros temas tan igualmente flagrantes y perjudiciales para la arquitectura que también están de plena actualidad.

Lamentablemente uno termina dándose cuenta que la crisis no fue nada más que un impasse, que todo regresa. Ver cómo hoy se celebra la inauguración de la Filarmónica de Hamburgo de Herzog & de Meuron provoca un descorazonador efecto de déjà-vu que confirma que no se ha aprendido nada.

JD: Es un hecho que la arquitectura transforma el contexto en el que se ubica, en ocasiones con brillantez, cualificando el entorno inmediato y configurando un nuevo perfil, o de una manera grotesca, opaca y ladina, consecuencia directa de lo que has dado en llamar los estragos del narcisismo. ¿No consideras injusto que recaiga toda la responsabilidad en nuestro colectivo (al cual vaya por delante, no pretendo exonerar), teniendo en cuenta que nos hemos convertido en meros instrumentos (¿mercenarios?) al servicio delos estamentos públicos, cuyos intereses no van más allá de lo especulativo, rindiendo el espacio público al servicio de los intereses privados?

FM: Es simplista e interesado que se achaque la culpa a los arquitectos; especifico: que se culpe por igual a todos los arquitectos. Es evidente que ha habido y hay responsables. Pero creo que se ha generado un estado de culpabilidad compartida y, a la vez, de cierto victimismo que no está haciendo ningún bien a la profesión.

En los últimos años hemos visto a muchos haciendo aspavientos y rasgándose las vestiduras, pero solamente como actuación, no ha habido reflexión autocrítica ni una búsqueda valiente de verdaderos responsables. Siguen primando las figuras de poder que generan miedo, y que son las que imponen los credos a obedecer por todos.

Es inaudito, transcurridos ocho años del inicio de la crisis, que Luís Fernández-Galiano hable de exámenes de conciencia cuando sería muy importante el que él mismo debería efectuar, no sólo como responsable de un medio que potenció el modelo de arquitectura-espectáculo sino también por su papel activo en jurados, concursos… durante el periodo de la arquitectura icónica.

Hoy se debería estar reclamando una revisión exhaustiva de ese modelo.

3. Camps, Victoria(2016). Elogio de la duda. Barcelona: Arpa editores. ISBN: 9788416601103.

4. Presentación del libro “La viga en el ojo en 8tv, http://www.8tv.cat/8aldia/cultura/la-viga-en-el-ojo-escritos-a-tiempo-un-llibre-del-critic-darquitectura-fredy-massad/

 

(Continuará)

Fredy Massad nació en Banfield (Buenos Aires) en 1966. Es arquitecto por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente es profesor de ‘Teoría y Crítica de la Arquitectura’ en la School of Architecture-UIC (Barcelona) y profesor invitado de la FADU-UBA. Crítico del periódico ABC.  En breve publicará el libro Crítica de choque en Bisman Ediciones.

 

Conversaciones con Fredy Massad (1/3)

“La gente cada vez sabe más y más…….de menos y menos cosas”, Siri Hustvedt.

 Esta serie de entrevistas se empezaron a gestar en marzo de 2016. Durante este periodo de tiempo dos nuevas firmas engrosan la lista de galardonados con el premio Pritzker (distinción que desde hace unos cuantos años no deja indiferente a nadie), mientras que Europa mantiene su mirada paternalista y condescendiente hacia lo que ocurre en Latinoamérica y la sobreexposición de información a la que está sometida la profesión, ha provocado la institucionalización de un término tan grosero y vacuo como el de arquitectura avanzada.

También durante este periodo de tiempo saltaron a la luz pública una declaraciones de  Jeroen Dijsselbloemun, presidente holandés Eurogrupo, en las que, acrecentando todavía más eltópico, manifestó que los países del sur se gastan el dinero en alcohol y mujeres, al tiempo que se conoció el descalabro económico que supuso el último delirio de Herzog & de Meuron en Hamburgo, un despilfarro inmoral que pone de manifiesto que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra…..y todo estos mientras Francis Queré no solo se ha sentado en la mesa de los mayores, sino que encima ha puesto los pies encima de la mesa: eso sí, sin la arrogancia de aquel presidente que hablaba catalán en la intimidad.

Finalmente la charlatanería postrera y recurrente de un Rem Koolhaas en el final de su carrera ha encontrado en BIG un digno sucesor, y el desprecio a Calatrava se ha generalizado de tal manera, ¡qué incluso se ha escrito un libro!

En cuanto al plano político irremediablemente ligado a nuestra disciplina, Pedro Sánchez recupera una secretaría general de un PSOE a punto de convertirse en la nueva marca blanca de un PP acorralado por los escándalos de corrupción.

 Javier Dasdores: Te formaste como arquitecto en Argentina y aunque llevas más de 19 años en nuestro país, mantienes la vinculación con Iberoamérica. Hasta hace bien poco el conocimiento que se tenía en Europa de la arquitectura realizada en el nuevo mundo era más bien pobre. Tradicionalmente los medios se han centrado más en difundir la producción europeay japonesa, a excepción de figuras consagradas como Niemeyer o Barragán, a los que en occidente se ve como objetos exóticos con los que decorar estanterías. Sin embargo de un tiempo a esta parte la mirada se ha vuelto hacia el continente latinoamericano y lo que se percibe no es más que la consecuencia del influjo europeo, una especie de plato exótico adaptado al gusto occidental.

Fredy Massad: Cuando estaba estudiando en la Facultad de Arquitectura en la Universidad de Buenos Aires, a fines de los años 80, predominaba la sensación de distancia. Pese a que Buenos Aires es una capital importante, se percibía como un lugar periférico, alejado de los núcleos donde realmente estaban sucediendo las cosas de importancia para la arquitectura. (Hay que tener en cuenta que, aunque no haya pasado en realidad tanto tiempo, estábamos aún en la era pre-digital.) Sin embargo, había un profundo interés por absorber el mundo desde esa distancia que, si estaba liberada de complejos, te permitía empaparte de lo que sucedía tanto en Europa como en EE.UU y estar al tanto también de los contenidos de las publicaciones japonesas.

Prestábamos también mucha atención a lo que sucedía en Iberoamérica pero, a veces, entendíamos nuestra cultura después de haberla pasado por el filtro de las publicaciones europeas, cosa que creo que aún hoy sucede. Persiste esta cierta idea de que es necesario triunfar en el Norte para ser reconocido en el Sur.

Cuando me instalé en España, como dices, había un conocimiento muy difuso sobre la arquitectura que se estaba haciendo en Iberoamérica. Sólo había algunos nombres de referencia.

Creo que, actualmente, pese a este interés que Europa está mostrando hacia sus excolonias, el desconocimiento sigue siendo marcado. No sólo por parte de los europeos sino también debido al discurso reductivista con el que se promocionan en particular ciertos arquitectos procedentes de Iberoamérica y que básicamente exhiben dos tipos de arquitectura: la que se copia de publicaciones europeas, de fácil digestión (por ejemplo, Giancarlo Mazzanti); o la vertiente que muestra la parte más precaria de la sociedad, que busca la condescendencia y despertar compasión haciendo bandera de la desigualdad social desde una posición clasista (y de la que el ejemplo más evidente es Alejandro Aravena).

El interés por Iberoamérica es mayor que el de hace veinte años pero no me parece que sea por razones demasiado positivas. A mi parecer, el populismo latinoamericano ha calado hondamente en un sector amplio de la política europea y estadounidense; y, por otro lado, está esa comprensión neocolonialista y paternalista. Señalo siempre como ejemplo de convergencia de estos dos fenómenos el León de Oro otorgado en 2012 a la Torre David. En él confluían el chavismo y un estereotipo de lo que en Europa se entiende por Iberoamérica.

Pienso que es necesario un verdadero estudio de qué y cómo está pasando en Iberoamérica, más allá de estas figuras destacadas que esencialmente buscan abrirse un espacio mediante narrativas esquemáticas y de aspiraciones mediáticas.

 JD: Desarrollas tu profesión de forma más teórica que pragmática. ¿Fue una decisión motivada por el rechazo hacia el rumbo que estaba tomando por aquel entonces la profesión?

 FM: No, en absoluto. Nunca tuve ningún tipo de vocación ni de héroe ni de outsider. Las circunstancias y el interés por tratar de entender las cosas me fueron conduciendo hacia una visión más crítica que teórica.

Empecé a colaborar con la revista summa, una revista histórica y tal vez la única que había sobrevivido de entre las que se editaban en Buenos Aires, mientras era estudiante. En realidad, comencé publicando fotografías de arquitectura y, en un momento dado, me ofrecieron también la oportunidad de escribir. Ése fue mi comienzo.  Ha sido un camino lento y progresivo.

Me mudé a Barcelona hace casi ya veintiún años. Fue pocos meses antes del caótico congreso de la UIA de 1996. Y lo cierto es que, contemplando retrospectivamente ese momento, posiblemente, frente al MACBA empezó, sin que aún nadie lo supiera, la era de los star-architects: la estampa de Eisenman con la camiseta del Barça, el fanatismo que mostraba el público hacia aquellos arquitectos… En aquel momento propuse a summa entrevistar a algunos de los arquitectos participantes. También ese mismo verano entrevisté a Enric Miralles.

Sin ninguna prisa, ni meta a corto plazo, dejé que el azar pusiera el resto. Conocí a Alicia Guerrero Yeste, con quien comencé a trabajar, y que acababa de licenciarse en Historia del Arte. En 1997, viajamos a Bilbao y entrevistamos a Frank Gehry pocos meses antes de la inauguración del Guggenheim. Proseguimos con las entrevistas a arquitectos y escribiendo artículos sobre la arquitectura que estaba construyéndose en aquel momento.

Paulatinamente se va acumulando un bagaje de formación y opinión que, gradualmente, en mi caso, derivó, al cabo del tiempo, en la voluntad de introducir cada vez más una reflexión crítica sobre los temas. No es que me despertase un buen día diciendo ‘yo soy crítico’. Digo esto porque constato cómo cada vez más, y con más insolencia e inconsciencia, muchos se otorgan el título o el carácter de críticos de buenas a primeras. Creo firmemente que es necesaria paciencia, trabajo de aprendizaje, cimentar el conocimiento… para poder dar valor a una opinión. Igualmente creo también de vital la importancia la duda constante para el trabajo crítico.

Si antes era importante llegar a la información, hoy la tarea es saber discernir cuál es la realmente necesaria; por este motivo, el ejercicio del pensamiento crítico es crucial. Tengo la sensación de que hoy, a causa de la sobredosis de información, muchos parecen tener todo aprendido. No existe una verdadera conciencia del aprendizaje ni de la necesidad de reflexionar y dudar.

Estamos dominados por opinólogos dogmáticos que no piensan, no meditan. Sólo continúan deteriorando el estado en que están las cosas.

 JD: El pasado mes de marzo y tras un año no exento de polémica, el jurado de los Pritzker decidió premiar la emocional y tremendamente estética arquitectura del estudio español RCR, una decisión en las antípodas del controvertido fallo del año pasado en el que el galardón recayó en la figura del chileno Alenadro Aravena, con el que te mostraste especialmente beligerante en relación a la “mitificación” que se ha hecho del personaje a base de pulsiones mediáticas y su falso posicionamiento ideológico.

 FM: En el caso concreto de Alejandro Aravena, pienso que el personaje ha ido siempre por delante del arquitecto. Es más, me atrevo a decir que sólo existe el personaje. El propio Aravena ha reconocido claramente en alguna conferencia que él buscaba un nicho donde situarse, diferenciando su perfil del de los star-architects al uso.

 Hay que reconocerle la astucia de haber sabido anticipar este perfil antes de que la crisis llegara y su perfil se convirtiera en el ‘paradigma positivo’. Seguramente ése es el motivo por el que ha llegado tan lejos.

 No creo que la arquitectura de Aravena tenga cualidades sobresalientes, ni su obra para grandes corporaciones o instituciones ni tampoco ELEMENTAL, que ya he dicho repetidamente queno es el revulsivo innovador que ha querido venderse. Muy al contrario. Su triunfo juega en contra de la visibilidad de la arquitectura iberoamericana. La consolidación de este arquitecto y la lectura que se efectúa de su obra no hace sino ensalzar y, aún peor, glamourizar la precariedad.

 Hay otro factor que me irrita. Y es esa posición adanista que omite en sus discursos a quienes han sido sus precedentes, contribuyendo así a incrementar la impostura. Lo que no puedo entender es que no haya habido una reacción contundente que le pida cuentas claras sobre esos precedentes negados o interesadamente olvidados, en lugar de conformarse con esos reconocimientos vagos y difusos con que en ocasiones responde.

 El mito Aravena es una de las encarnaciones de la posverdad: una falacia que se ha convenido colectivamente en aceptar. Aunque los hechos se obstinen en desmentirlo. Pongo como ejemplo que, al día siguiente de habérsele otorgado el Pritzker, un blog chileno publicó en Facebook unas imágenes del estado real de su obra emblema, la Quinta Monroy. En esas fotos se podía ver un conjunto de chabolas que poco, o más bien nada, reflejaban de la supuesta excelencia del concepto arquitectónico del que surgían. No obstante, se prefirió seguir creyendo el relato que aceptar los hechos constatados. Se prefería convertir en verdad el relato de Aravena antes que confrontarlo a esa realidad incómoda y que ponía ese relato absolutamente en entredicho. Aún menos después de que Aravena hubiera logrado erigirse en figura poderosa del establishment.

 Como sucede con tantos otros asuntos en torno a la arquitectura, cuestionarlo, discutirlo puede suponer para muchos arquitectos perder oportunidades, ser excluidos o expulsados, quedar fuera de juego. Que la gran mayoría tampoco lo discuta, ni lo cuestione, refleja la nula capacidad crítica que lamentablemente hoy existe, que considera preferible aferrarse al salvavidas de todas aquellas ideas y figuras sancionadas por el sistema, que reflexionarlas.

 Yendo al Pritzker de este año, el paso de Aravena a RCR Arquitectes constata que el jurado del premio funciona más como valedor de tendencias que como un ente ideológicamente responsable. De otro modo, no se entiende cómo, sin solución de continuidad, se pasa de premiar a un diseñador de chabolas con ínfulas de redentor de la humanidad (véase su discurso en la ONU al recibir el premio) a premiar a unos arquitectos correctos pero auto-imbuidos de un aura mística, cuya arquitectura tiene como premisa la sofisticación y la fotogenia.  Igualmente, ésta podría entenderse como una primera lectura. La segunda posible lectura, y más profunda, hablaría de la astucia del premio auspiciado por la cadena de hoteles Hyatt.

 En ambos casos se están premiando dos diferentes vertientes del populismo, algo que es tan poderoso hoy. En el caso de Aravena, obviamente, la vertiente populista iberoamericana (aunque no sé si ya corresponde denominarla ‘americana’, ya que incluiría también a Donald Trump en este concepto). En el de RCR Arquitectes, se premia este populismo europeo que tiende hacia la exaltación de lo primitivo, lo tradicional, de cerrazón, de vuelta a la aldea y que encarnan tanto el Brexit como Marine Le Pen, y también el movimiento independentista catalán, de cuyas políticas han salido beneficiados RCR Arquitectes.

 Por otro lado, RCR Arquitectes han cultivado eso que tanto fascina a los arquitectos hoy: una posición ascética, bonista, puritana. Han definido para su arquitectura unos principios éticos tan claros y han hecho de ellos seña de identidad. Estos son los valores que los han hecho merecedores del Pritzker. Sin embargo, los fundamentos de esa identidad no pueden verse

cuando se examinan sus proyectos para el Golfo Pérsico. Ante esta contradicción, es inevitable preguntarse: ¿no estaremos ante el enésimo invento mediático? ¿No será esa actitud de obsesivos rigor y purismo una mera sobreactuación? ¿Volver a hacer el mismo espectáculo fingiendo que se hace anti-espectáculo?

 JD: En el caso concreto de Aravena, te refieres no solo a la vigencia de una distinción cuya ambigüedad a la hora de ser concedida es manifiesta, sino sobre todo y ahondando nuevamente en lo dicho, a que ha sido una maniobra orquestada para consolidar la trayectoria de un personaje virtual elaborado en las cocinas del establishment, un avatar cuyos valores no parecen estar en consonancia con los que preconiza el jurado. Un ego construido en sintonía con la estrategia iniciada hace algunos lustros por Rem Koolhaas y cuyo alumno aventajado parece ser Bjarke Ingels.

FM: Bjarke Ingels, como siempre señalaba mi buen amigo el arquitecto Álvaro Míguez, no es sino un promotor, un desarrollista. Yo agrego que pasado además por el filtro de Mark Zuckerberg y ese estúpido concepto actual del ‘emprendedor’. Y estoy de acuerdo contigo, es como un genial producto de laboratorio: una figura de nueva generación para ser insertada dentro del star-system.

En Yes is more él mismo se afirma, sin el menor complejo ni modestia, en una línea de líderes carismáticos. Hace que se le identifique como penúltimo eslabón de una línea de arquitectos que comienza con Mies y su ‘Less is more’, pasando por Venturi, Johnson… Pero de hecho no se le ve más que como un parvenu con conciencia de cuál es el camino más corto hacia la fama. Es el más visible, y posiblemente el que mejor ha sabido hacerlo, pero no es el único. Aunque pueda llevar a confusión, planteo a mis alumnos el ejemplo de Ingels como el signo paradigmático de este tiempo: un tipo intelectualmente vacío, un optimista perverso que miente deliberadamente, pretendiendo hacer creer que todo es fácil y posible. Un simplista.

Ya he dicho más de una vez que considero a Ingels la otra cara de una moneda, cuyo anverso o reverso es Aravena. Veo en ambos la misma obsesión por la creación de un personaje, una obsesión que está por encima de todo: son optimistas, simplifican, ofrecen recetas fáciles y cargadas de un alto poder de seducción y un discurso totalmente hueco. Son productos para una sociedad cada vez menos exigente y menos crítica.

Este contexto parece sumirnos en un constante presente que tiende a olvidar que los efectos de hoy tienen su causa y origen en el pasado. Me parece desconcertante que las mentes bienpensantes se rasguen hoy las vestiduras ante el triunfo de Donald Trump pero no se planteen indagar en los motivos que abocaron a su elección como presidente. De la misma manera que no puede entenderse enteramente ni a Ingels ni a Aravena ni a Patrik Schumacher sin remontarnos a la inconsistencia y frivolidad perversa de los discursos de Koolhaas.

No descubro nada afirmando que Koolhaas es el gurú fundamental de la arquitectura presente, y esto es algo que considero negativo. Aunque parezca raro, y aunque las influencias estén más patentes en Ingels que en Aravena, creo que tanto uno como otro son descendientes de Koolhaas. Para ubicar a Aravena dentro de esta línea sólo hay que remontarse a sus ‘investigaciones’ en Lagos a mediados de los 90.

Tanto Aravena como Ingels son la versión para la arquitectura del populismo imperante. Ambos se disfrazan de salvadores: sostenibles, sociales, cools… Pero sus ideas son solamente refritos básicos de ideas muertas. Profetas del nuevo capitalismo (término que tomo del libro del mismo título de Nicole Aschoff) que, como dices, han sido preparados en las cocinas del establishment.

Koolhaas es el gran fabulador de la arquitectura de fines del siglo XX. El catalizador de todas las virtudes posibles – virtudes que a mí me cuesta mucho reconocer. Su pensamiento me parece extremadamente inconsistente. Su éxito se debe al haberse adecuado al flujo de cada momento. Me atrevo a decir que sus aforismos no andan muy lejos del nivel de profundidad de un libro de autoayuda. Recientemente he tenido oportunidad de ver REM, el documental sobre su figura que ha dirigido su propio hijo, y en el que, quizá de forma involuntaria, el personaje Koolhaas acaba retratado como un individuo sobreactuado y a la deriva. Vemos a un hombre que necesita la adulación constante, un narcisista completamente desconectado de la realidad. Me dejó pensando, una vez más, que Rem Koolhaas, al que siempre se le ha querido imbuir de esa aura de malditismo, de enfant terrible, es el germen de este terrible abaratamiento del pensamiento.

 JD: Has denunciado en numerosas ocasiones la asepsia crítica que manifiesta gran parte de la ciudadanía y que en tu entrevista a Miguel Ángel Alonso del Val1 defines como de hooliganización2 : una excusa con la que emprender cruzadas particulares en un campo de batalla sin apenas espacio para el debate. ¿Te ha afectado de alguna manera la apropiación simplista y plana que se pueda hacer de tus manifestaciones? Sin ir más lejos, recuerdo un artículo que escribiste a raíz de la polémica con Aravena cuya descontextualización por parte de una conocida plataforma digital daba a entender justo lo contrario de lo que expresabas inicialmente.

FM: Cada vez me preocupa más la posibilidad de ser malentendido. Sobre el uso interesado o irreflexivo que se puede hacer de argumentos que me esfuerzo en razonarcon vehemencia y no en lanzar como dardos. La simplificación de ideas y palabras y que se erijan posiciones dogmáticas y simplistas es un gran peligro.

Uso el término hooligan para referirme a quienes, por sistema, jalean y celebran cualquier hecho o manifestación producida por alguien a quien consideran autoridad, referente… A quienes insultan o atacan a otros por devoción y obediencia ciega a cualquier figura que han ubicado en un pedestal, o que se les ha dicho que debe estar en un pedestal.

Cuando digo hooliganización hablo de ese estado de fanatismo ciego que se propone anular y denostar la discrepancia que surge del pensamiento crítico. Yo puedo hablar con dureza y vehemencia pero lo que querría, desde las reflexiones que planteo, es justamente evitar actitudes hooliganescas. Prefiero la idea de generar crítica de choque, plantear opiniones que sirvan para formular o reformular preguntas, desmontar o cuestionar nuestros propios dogmas, abonar las dudas, discernir…

Los propios críticos han renunciado al cometido esencial de su tarea. Como he dicho muchas veces, creo que se han convertido en meros portavoces o representantes de ciertos arquitectos. Todo se ha fanatizado espuriamente. Basta con ver las tertulias políticas o deportivas, transformadas en mero espectáculo de confrontación inútil y en donde sólo sobreviven los que se hooliganizan defendiendo a muerte, pero por motivos totalmente interesados, una camiseta.

Entiendo que tu pregunta habla del artículo que escribí sobre la concesión del premio Pritzker a Aravena. Hay un tono visceral en la primera parte de ese artículo, y que es visceral porque quería dejar claro que detesto lo que el concepto Aravena encarna. Pero inmediatamente, a continuación, expongo mis motivos. Argumento. Busco otras opiniones. Es más, gustosamente hubiera mantenido un diálogo con Aravena para escuchar directamente de él sus palabras y sus réplicas a las mías. No puedo estar seguro de que me hubieran convencido, pero hubiera apreciado profundamente el gesto de que se prestara a un diálogo.

Respecto al uso que se hizo de mis palabras en Plataforma Arquitectura, creo que expone claramente la chapucería interesada con que muchas veces se construye ‘información’. Pero creo que hay que ver estas plataformas digitales como una evolución, o consecuencia lógica, de la prensa de arquitectura tradicional sumada a las inercias de simplificación y sensacionalismo propias de la era de las redes sociales.

1. Miguel Ángel Alonso del Val (Cardeñadijo, Burgos, 1956) doctor arquitecto director de la Escuela deArquitectura de la Universidad de Navarra.

2. Massad, Fredy (2015) “Entrevista a Miguel Ángel Alonso del Val (La viga en el ojo), http://abcblogs.abc.es/fredy-massad/2015/12/11/entrevista-a-miguel-angel-alonso-del-val-1a-parte/


(Continuará)

 

Fredy Massad nació en Banfield (Buenos Aires) en 1966. Es arquitecto por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente es profesor de ‘Teoría y Crítica de la Arquitectura’ en la School of Architecture-UIC (Barcelona) y profesor invitado de la FADU-UBA. Crítico del periódico ABC.  En breve publicará el libro Crítica de choque en Bisman Ediciones.

 

 

Las quimeras de don Quijote

Contaba Cervantes que don Quijote vio Castillos donde solo había ventas, guerreros donde solo había rebaños, y cabezas de gigante donde solo había cueros de vino. El viejo hidalgo buscó refugio a sus confusiones y contradicciones en un mundo imaginario de caballeros y doncellas, en conflicto con la estructura social de la época, que a sus ojos se hallaba sumida en una profunda crisis de hostilidad y corrupción. Un entramado quizá no tan alejado de nuestro modelo actual, testigo de una brutalcrisis económica que devastó los cimientos del capitalismo y puso fin a lo que se dio en llamar la arquitectura del espectáculo, basada en la concepción faraónica de la arquitectura cultural, cuyas consecuencias en clave territorial se materializaron en un puñado de cadáveres exquisitos esparcidos a lo largo de nuestra geografía.

Previo al empacho que provocaron los fastos del esplendor económico, las publicaciones especializadas llenaron sus páginas con proyectos cuya única virtud radicaba en la saturación de unas morfologías cada vez más caprichosas, envueltas es unas pieles cada vez más tecnológicas. Una vez disipado el humo de los fuegos de artificio, los medios contemplaron consternados un panorama vacuo y desolador del que fueron en gran medida cómplices y con el que no era posible dotar de contenido sus páginas.

Tocaba pues reciclar la línea editorial en busca de nuevas propuestas, a las que o bien se tachó de revolucionarias y utópicas, o bien se etiquetaron como sociales. Propuestas que en algunos casos ya se habían madurado en silencio en las trincheras del subdesarrollo y en otros no son más que el germen de los movimientos colectivosauspiciados por losconvulsos años de nuestra historia reciente.

Proposiciones como las de Francis Kere, elaboradasdesde la escasez materialy la limitación de medios, elogiables en cualquier caso y poco sospechosas de pertenecera la cultura de autor, ocupan desde hace algún tiempo el hueco dejado por las grandes firmas en las portadas de algunos publicaciones e incluso han sido objeto de diversas exposiciones que han dado visibilidad a un trabajo que merece ser reconocido por el colectivo.

Pero pese a ser un esfuerzo digno de encomio, se trata de una iniciativa por lo menos sospechosa dado que parte de quién precisamente se encargó de ensalzar las bondades del desvarío de Peter Eisenman en Santiago de Compostela1. Y es que no parece muy ético que uno de los principales divulgadores de la cultura del despilfarro, apadrine en la actualidad una arquitectura que se encuentra en las antípodas, tanto en lo económico y geográfico, como en lo social, de la que predominó en el anterior ciclo económico. Mención aparte merece el hecho de que la (legitima) pretensión mediática de encontrar un relevo para una arquitectura caduca y en decadencia acabe fagocitando a sus propios autores, arquitectos que por otro lado han sido incluidos en una muestra que parece no tener en cuenta su idiosincrasiaparticular y que los exhibe como si de souvenirs se tratara.

Frente a estos profesionales de dilatada trayectoria, han surgido un grupo de jóvenes profesionales cuyas iniciativas poco academicistas y desprejuiciadas, fruto del encuentro multidisciplinar, han encontrado en el espacio urbano, la cultura del reciclaje y los movimientos vecinales, su campo de batalla.  Sin embargo y pese a que se trata de manifestaciones plásticas al servicio de la ciudadanía que multiplican el concepto de arquitectura2, es necesario reflexionar en torno a su oportunidad y significado, ya que lejos de amplificar el ámbito de la disciplina, se alejan en cierto modo de lo que conocemos como arquitectura en su concepción canónica.

¿Es legítimo, por ejemplo, considerar arquitectura a la actual cacharrería mediática de Andrés Jaque3? ¿Realmente es un revulsivo social la sala vip de una feria de arte elitista al servicio de un selecta y destacada minoría4? Y qué ocurre con el carácter efímero de muchas de estas propuestas: ¿no corren el riesgo de convertirse finalmente en intervenciones artísticas al servicio del posturéo político?

Es por ello que surge la duda sobre si quizá se están despachando como emergentes unas proposiciones dotadas de un poderoso músculo social y plástico, al servicio de una recuperación de la calle institucionalizada y en riesgo de convertirse en una actividad de fin de semana. Intervenciones donde las personas parecen formar parte de un decorado ingenioso que olvida que el hombre es el fin y no el medio. Un panorama por lo menos desalentador en el que no se vislumbra un horizonte cercano y donde sigue sin tener cabida una de las cuestiones más relevantes de la arquitectura como es modelo habitacional, considerando además el contexto histórico en el que nos encontramos, inmersos en una crisis migratoria sin precedentes provocada por las catástrofes naturales y los conflictos bélicos……..

……y es que tal vez, y solo tal vez, la urgencia por encontrar un relevo generacional que parece no llegar, ha hecho que viéramos gigantes donde solo había molinos.

Javier Dasdores de Armas, octubre, 2016.