Contaba Cervantes que don Quijote vio Castillos donde solo había ventas, guerreros donde solo había rebaños, y cabezas de gigante donde solo había cueros de vino. El viejo hidalgo buscó refugio a sus confusiones y contradicciones en un mundo imaginario de caballeros y doncellas, en conflicto con la estructura social de la época, que a sus ojos se hallaba sumida en una profunda crisis de hostilidad y corrupción. Un entramado quizá no tan alejado de nuestro modelo actual, testigo de una brutalcrisis económica que devastó los cimientos del capitalismo y puso fin a lo que se dio en llamar la arquitectura del espectáculo, basada en la concepción faraónica de la arquitectura cultural, cuyas consecuencias en clave territorial se materializaron en un puñado de cadáveres exquisitos esparcidos a lo largo de nuestra geografía.
Previo al empacho que provocaron los fastos del esplendor económico, las publicaciones especializadas llenaron sus páginas con proyectos cuya única virtud radicaba en la saturación de unas morfologías cada vez más caprichosas, envueltas es unas pieles cada vez más tecnológicas. Una vez disipado el humo de los fuegos de artificio, los medios contemplaron consternados un panorama vacuo y desolador del que fueron en gran medida cómplices y con el que no era posible dotar de contenido sus páginas.
Tocaba pues reciclar la línea editorial en busca de nuevas propuestas, a las que o bien se tachó de revolucionarias y utópicas, o bien se etiquetaron como sociales. Propuestas que en algunos casos ya se habían madurado en silencio en las trincheras del subdesarrollo y en otros no son más que el germen de los movimientos colectivosauspiciados por losconvulsos años de nuestra historia reciente.
Proposiciones como las de Francis Kere, elaboradasdesde la escasez materialy la limitación de medios, elogiables en cualquier caso y poco sospechosas de pertenecera la cultura de autor, ocupan desde hace algún tiempo el hueco dejado por las grandes firmas en las portadas de algunos publicaciones e incluso han sido objeto de diversas exposiciones que han dado visibilidad a un trabajo que merece ser reconocido por el colectivo.
Pero pese a ser un esfuerzo digno de encomio, se trata de una iniciativa por lo menos sospechosa dado que parte de quién precisamente se encargó de ensalzar las bondades del desvarío de Peter Eisenman en Santiago de Compostela1. Y es que no parece muy ético que uno de los principales divulgadores de la cultura del despilfarro, apadrine en la actualidad una arquitectura que se encuentra en las antípodas, tanto en lo económico y geográfico, como en lo social, de la que predominó en el anterior ciclo económico. Mención aparte merece el hecho de que la (legitima) pretensión mediática de encontrar un relevo para una arquitectura caduca y en decadencia acabe fagocitando a sus propios autores, arquitectos que por otro lado han sido incluidos en una muestra que parece no tener en cuenta su idiosincrasiaparticular y que los exhibe como si de souvenirs se tratara.
Frente a estos profesionales de dilatada trayectoria, han surgido un grupo de jóvenes profesionales cuyas iniciativas poco academicistas y desprejuiciadas, fruto del encuentro multidisciplinar, han encontrado en el espacio urbano, la cultura del reciclaje y los movimientos vecinales, su campo de batalla. Sin embargo y pese a que se trata de manifestaciones plásticas al servicio de la ciudadanía que multiplican el concepto de arquitectura2, es necesario reflexionar en torno a su oportunidad y significado, ya que lejos de amplificar el ámbito de la disciplina, se alejan en cierto modo de lo que conocemos como arquitectura en su concepción canónica.
¿Es legítimo, por ejemplo, considerar arquitectura a la actual cacharrería mediática de Andrés Jaque3? ¿Realmente es un revulsivo social la sala vip de una feria de arte elitista al servicio de un selecta y destacada minoría4? Y qué ocurre con el carácter efímero de muchas de estas propuestas: ¿no corren el riesgo de convertirse finalmente en intervenciones artísticas al servicio del posturéo político?
Es por ello que surge la duda sobre si quizá se están despachando como emergentes unas proposiciones dotadas de un poderoso músculo social y plástico, al servicio de una recuperación de la calle institucionalizada y en riesgo de convertirse en una actividad de fin de semana. Intervenciones donde las personas parecen formar parte de un decorado ingenioso que olvida que el hombre es el fin y no el medio. Un panorama por lo menos desalentador en el que no se vislumbra un horizonte cercano y donde sigue sin tener cabida una de las cuestiones más relevantes de la arquitectura como es modelo habitacional, considerando además el contexto histórico en el que nos encontramos, inmersos en una crisis migratoria sin precedentes provocada por las catástrofes naturales y los conflictos bélicos……..
……y es que tal vez, y solo tal vez, la urgencia por encontrar un relevo generacional que parece no llegar, ha hecho que viéramos gigantes donde solo había molinos.
Javier Dasdores de Armas, octubre, 2016.